EL DESCENSO...

No quiero escribir, no quiero recordar. Mis recuerdos no son simples reminiscencias. Son el retorno al fondo de un abismo; tengo que juntar los huesos quebrados que yacen quietos desde hace tanto tiempo, trepar sobre los despeñaderos y desplomarme una vez más.

Solo que esta vez, debo hacerlo deliberadamente, en cámara lenta, observando y examinando cada huida, cada golpe que haya recibido en el camino, sobre todo aquellos de los que estuve consciente en mi primera caida precipitada. Pero sé que debo hacerlo. Mi futuro yace a un lado, esperando que encuentre sentido de todo lo que ha sido. Me siento como si tuviera que vencer un obstáculo casi físico y, quedo agotada, sin aliento por el esfuerzo.

Fue hace tiempo, pero para mí todo parece más definido, más definido, más doloroso en la perspectiva del recuerdo. Cuando vivimos esos sucesos, el intenso espasmo de la voluntad que nos permitio que nos permitió sobrevivir, trajo consigo una anestecia parcial. Vives el horror, el sentido de él. Solo después te das cuenta de que todo ha pasado y que tú sobreviviste. Lo que viviste queda plantado como un cristal dentado que comienza a crecer, lentamente, lentamente, hasta que no deja lugar para nada más y te vuelves un dolor marchito, reventando en tu concha. Luego sobrevives a eso también. Después sólo quieres que repose donde pertenece, en el pasado.

Ahora sufro el pasado dentro de mí, almacenado como una carpeta de tarjetas postales traídas de una tierra lejana. Pero sólo se necesita alzar una esquina para que aparezca una interminable serpiente, el sigo de la víbora. Una postal cae tras otra y comienzan a formar una secuencia, amontonándose hasta llegar al tiempo actual al que vivimos. Titubean y se enfocan. En ocasiones un segundo del pasado penetra intensamente en el funcionamiento de mi tiempo interno que lo hace parar. Omite un latido, y un segundo de ese irrecuperable tiempo presente, se ha perdido.